Todo termina en un libro, o en un olvido.
Los dioses diseñaron el universo y la eternidad completa en el momento mismo de su creación. Reyes y profetas, páramos y bosques, stukas aullando en picada y Picasso pintando el Güernica, pero en algún momento del diseño se distrajeron y así fue que aparecieron lo que el ser humano dió en llamar las “abominaciones”, o tal vez sean parte del plan y yo estoy acá escribiendo (y vos leyendo) esto gracias a una de ellas, mas precisamente la que recaló en Buenos Aires en forma de Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. Yo tuve la rara virtud de detectar esas cosas con mucha facilidad, las percibía como una vibración negativa que me hacía querer salir rajando para el otro lado apenas las veía.
Así que imaginate lo que era cuando tuve 11 años y por decreto materno, además de estudiar lo que debía estudiar para terminar séptimo grado de una escuela que para colmo de males se define como bicultural, ni siquiera bilingüe, debía preparar el ingreso a tal infierno que Dante no se animó a describir y eso, por cierto, era mas de lo que yo suponía que se me debía exigir.
El inventor de “Que he hecho yo para merecer esto” debía estar aún preguntando si estaba mal mirar pinchilas en los baños públicos, así que esa frase no me salía pero la sensación estaba, tarde tras tarde sentado en la mesa del living, comiendo un libro tras otro, llenando cuaderno tras cuaderno de ejercicios y mas ejercicios. Tardé una década larga en llegar al psicoanálisis y descubrir que era lo que me molestaba tanto de la frase de madre: “En el Pellegrini vas a aprender de números y eso siempre es útil en la vida “. (Ni se te ocurriera contraatacar que en la Escuela Técnica se aprenden más números y son más importantes; la frase anterior era autoinstalable y te comía el disco rígido en medio segundo). Y ya que estamos, sabélo, me tomé otra década larga para aprender a pronunciar mis propias frases estúpidas e imperdonables.
La cuestión es que mientras le daba al manual de ingreso, sabiamente guiado por Miss Mary (era profesora de Inglés también y le había quedado pegado el Miss), una petisita simpática y con mucha paciencia para soportar mi tétrico desgano, el telón de fondo lo daba la mas reciente adquisición de la casa, una radio Sony tamaño lata de tomates que era el último grito de la tecnología AM…
La sintonía obviamente clavada por madre, fiscalizadora de lo que se escuchaba y lo que no se escuchaba en casa, en Radio Continental, y en el horario de estudio mío, era obligatoria la escucha del Show del Minuto, conducido por Hugo Guerrero Martinehitz, cuya risa que parecía un Citroën 2CV ahogado tratando de arrancar terminó por caerme simpática, supongo que al ser demasiado joven para practicarlo no sabía aún el significado de la palabra cinismo, y el buen humor del morocho terminaba por contagiarme y darme ánimos para enfrentar los rituales preparatorios para la segura inmolación a la que me encaminaba.
Acá hay que hacer una digresión, reubicarnos en la memoria de los que pasamos por esas épocas y acercarles alguna pista a los que no las vivieron.
Estamos hablando de dictadura de Onganía, o sea, no se veía una teta ni en el teatro de revistas, la televisión por cable no estaba en los planes de nadie, así que olvidate de MTV, la música que escuchabas era la que te decían que había, y en Modart en la Noche , venía mezclado Leonardo Favio con The Hermann Hermits, Almendra con Sandro, Rita Pavone con The Rolling Stones y la sonrisa de Jolly Land aún iluminaba la recta senda de virtud de las muchachas camino al altar.
Así que cuando escuché esos sonidos extraños y misteriosos surgiendo del parlantito minúsculo de la Sony , empecé a pasar revista a todo lo que yo sabía que existía y eso que ya me había digerido un par de sapos experimentales firmados por Lennon y McCartney pero no, no había caso, lo mas parecido que había escuchado alguna vez estaba en los discos que de vez en cuando ponía el viejo y que yo sabía era Stravinsky por que lo nombraban en Fantasía de Walt Disney.
A vos, ¿cuantas veces se te quemó la cabeza escuchando algo? ¿Te acordás? En mi caso fueron varias, por suerte. Esa certeza de estar frente a la belleza desconocida, al universo que te abre quien luego reconocés como artista, y que te conecta con eso, esa otra cosa que te hace vibrar y valorar todo, absolutamente todo de otra manera. Pero en particular, esta fue mi primera vez, mi desvirgue, el comienzo del fin de la infancia, un proceso largo, larguísimo y que aún hoy sigue haciéndome feliz.
Cuando se terminó esa música que me trastornó durante varios minutos, demasiados para los standards la época, donde había que resolver las canciones en dos minutos y medio a lo sumo, por que si no no se pasaban en las radios… y el pibe con la oreja parada esperando que anuncien quien era el responsable de una cuestión de vida o muerte… y nada, que vamos a la tanda!!!.
Madre, oyente fiel de la emisora, tenía anotado en su cuaderno el teléfono de Radio Continental y no me acuerdo como hice para encontrar el número en ese desorden monumental de cuaderno, llamar, conseguir que me atendieran de una antes que terminara la tanda y además lograr explicar lo que quería a la operadora, mientras me moría de vergüenza por que me preguntaban el nombre y donde vivía, así que para no mentir di mi segundo nombre, pero el Palermo no lo oculté, no era ni cool ni el palermogólico de hoy día, era el barrio de la cerveza, de Chuchi el mecánico, del langa del Punto Cruz, de Cachi y Pepe, de la flaca Isabel de los ojos celestes que se quisieron ganar todos, de los bailongos a la vuelta de la Juan B Justo, de los studs detrás del regimiento y en la plaza de la peni aún se veían los cimientos y los viejos crotos que sabían te contaban que ese era el patio donde habían fusilado a Severino Di Giovanni, ergo era el lugar propicio para dirimir duelos machazos entre la barra de Guadalupe y la del Botánico y no había medias tintas con eso, yo era de los de Guadalupe.
Si estaba con las orejas coloradas de la excitación cuando volvió de la tanda, casi me hago pis encima cuando el Negro Martinehitz riéndose arranca diciendo: ¿así que te gustó el Abraxas de Santana, Horacio?, bueno, entonces te lo paso de nuevo. Y mandó los casi 10 minutos enteros de Singing Winds, Crying Beasts y Black Magic Woman/Gipsy Queen de un saque…
Abraxas, el dios demonio, las dos caras de la madre del bien y del mal, lo inasible, todo eso junto. Y juro solemnemente que "todo eso" entró en mi mente y mi corazón a través de mi oído esa misma tarde, que gracias a algún regalo de cumpleaños ahorrado fue de felicidad absoluta cuando salí corriendo y le pedí al de la disquería: Dame Abraxas y si tenés, “algo mas como eso”, con lo cual esa misma tarde mi inocencia (hoy sé que no solo la musical) fue incinerada con Santana y… Led Zeppelín III. Ni la mas puta conciencia de eso tuve, solo la pulsión, la sed, la búsqueda que comenzaba y no había vuelta atrás.
Abraxas, y detrás Demian de Herman Hesse, lectura obligada de todos los seudo hipones que rondaban tras mi hermana, así que me lo zampé en dos o tres días, y el Pelle me empezó a importar tres belines (como tenía que ser) y ni me enteré cuando entré por que ya había empezado mi proceso lento y seguro de convertirme en quien un día iba a escribir esto que te estoy haciendo leer ahora, seguramente una broma de Abraxas, que me hace escribirlo para que yo descubra que la abominación es su sentido del humor y que los hombres lloran gracias a que Él, hacedor de todo el bien y todo el mal, les dio el privilegio de ignorar todo sobre Él.
4 comentarios:
Negro, sólo diré una cosa:
Pellegrini puto, abuante el Juaquín
Yo me preguntaba que andaba haciendo usté por la vida... Ya veo.
Hace mil que no pasaba.
Sos un groso.
beshesa exterior e interior Negrshoto
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